lunes, octubre 05, 2009

Sólo hay pasión de a dos



Sólo hay pasión de a dos


¡Hace tanto tiempo ya y sigue viva aquella conspiración!


Fue en una disco que habían abierto

en lo alto de la amurallada

y bellísima Peñíscola épica,

en unas vacaciones que rematábamos

luego de un precioso viaje

recorriendo el paisaje de la gran Grecia.

Estaba con mi amiga,

livianas en la pista, desenfrenadas,

con ganas las dos de disfrutar

de la música y del dejarse llevar.


Como era habitual no parábamos

mientras la música siguiera.

Sólo cuando el ritmo no gustaba

nos permitíamos la licencia

de tomar algo de bebida,

de respirar, y así aliviar aquel calor,

de las noches de agosto levantinas,

celosamente pegado a

nuestros cuerpos sudorosos

y agitados entre tantas volteretas.


Y estaba ya largo rato con un jovial

y entusiasta bailador,

disfrutando de un clásico rock,

cuando se acercó, lo apartó y,

guiándome exaltado hasta acabar

aquella pieza, se me acercó

cuchichiándome con dulce voz

que cambiáramos de rincón

buscando un lugar amplio,

diciendo que mi bullir le alegraba.


Tan intenso mirar y la suave voz

perturbadora eran armas

ante las que yo ni quería luchar

ni sentía necesidad, y por ello

su juego consentí y en un apartado retiro

continuó la exhibición

de bailes de salón, de amables gentilezas,

de llenarnos los oídos

con la seducción, de ir dejando

el movimiento hasta prenderse.


En abrazo armonioso ya la música

no se escucha, que callada

quedó ante susurros, risas y

cosquilleos y un ir rozándose

poco a poco, oliendo su perfume,

embriagada por su embeleso.

Y así acabaron las bocas por encontrarse,

los labios primero

y después los besos, abiertas,

recreadas e impregnadas.


Más una vez su lengua y la mía

estaban en la máxima simetría,

la razón me sacudió

y con un intuitivo empujón le aparté.

Mirando atónito con sus ojos,

los míos de repente declararon

que eran en verdad los de un extraño,

que a borbotones absorbía

mi sentido, y mi atención

estaba forzando ante su descaro.


Y pudo más el raciocinio

que el fuego que con su brío quemaba.

Y dejé por un momento que el corazón

no siguiera los latidos

que su ritmo me marcaba,

y así lo frené en una mala jugada,

pese a sus acosos y demandas

de continuar con ese dulce manjar,

que ya le rebatía, y tuve que poner

distancia con mis rechazos.


Salí por él perseguida por entre la gente,

buscando a mi amiga.

Y hasta en la salida, no cejaba en su empeño

de explicarle de mi genio.

A la luz de la luna, se realzaba

su atractivo y era aún más sugerente,

pero su gesto altanero,

de don Juan conquistador y dominante,

defraudaba tanta belleza altiva

con una lengua ahora viperina.


Bajando las callejuelas del casco antiguo,

de vuelta y pensativa,

decía la todavía ardiente pasión cautiva

que girara y por él regresara.

Sin embargo pudo más de nuevo la razón

y las palabras amigas,

pues aquellos juegos de dulce arrebato

tornaron en quemazón.

La noche mis labios velaron

y el corazón violentado se acostó.


Y aquella noche aprendí

que la pasión no se fuerza,

no se obliga y sí se quiebra

si no se saborea de a dos.

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