Sólo hay pasión de a dos
¡Hace tanto tiempo ya y sigue viva aquella conspiración!
Fue en una disco que habían abierto
en lo alto de la amurallada
y bellísima Peñíscola épica,
en unas vacaciones que rematábamos
luego de un precioso viaje
recorriendo el paisaje de la gran Grecia.
Estaba con mi amiga,
livianas en la pista, desenfrenadas,
con ganas las dos de disfrutar
de la música y del dejarse llevar.
Como era habitual no parábamos
mientras la música siguiera.
Sólo cuando el ritmo no gustaba
nos permitíamos la licencia
de tomar algo de bebida,
de respirar, y así aliviar aquel calor,
de las noches de agosto levantinas,
celosamente pegado a
nuestros cuerpos sudorosos
y agitados entre tantas volteretas.
Y estaba ya largo rato con un jovial
y entusiasta bailador,
disfrutando de un clásico rock,
cuando se acercó, lo apartó y,
guiándome exaltado hasta acabar
aquella pieza, se me acercó
cuchichiándome con dulce voz
que cambiáramos de rincón
buscando un lugar amplio,
diciendo que mi bullir le alegraba.
Tan intenso mirar y la suave voz
perturbadora eran armas
ante las que yo ni quería luchar
ni sentía necesidad, y por ello
su juego consentí y en un apartado retiro
continuó la exhibición
de bailes de salón, de amables gentilezas,
de llenarnos los oídos
con la seducción, de ir dejando
el movimiento hasta prenderse.
En abrazo armonioso ya la música
no se escucha, que callada
quedó ante susurros, risas y
cosquilleos y un ir rozándose
poco a poco, oliendo su perfume,
embriagada por su embeleso.
Y así acabaron las bocas por encontrarse,
los labios primero
y después los besos, abiertas,
recreadas e impregnadas.
Más una vez su lengua y la mía
estaban en la máxima simetría,
la razón me sacudió
y con un intuitivo empujón le aparté.
Mirando atónito con sus ojos,
los míos de repente declararon
que eran en verdad los de un extraño,
que a borbotones absorbía
mi sentido, y mi atención
estaba forzando ante su descaro.
Y pudo más el raciocinio
que el fuego que con su brío quemaba.
Y dejé por un momento que el corazón
no siguiera los latidos
que su ritmo me marcaba,
y así lo frené en una mala jugada,
pese a sus acosos y demandas
de continuar con ese dulce manjar,
que ya le rebatía, y tuve que poner
distancia con mis rechazos.
Salí por él perseguida por entre la gente,
buscando a mi amiga.
Y hasta en la salida, no cejaba en su empeño
de explicarle de mi genio.
A la luz de la luna, se realzaba
su atractivo y era aún más sugerente,
pero su gesto altanero,
de don Juan conquistador y dominante,
defraudaba tanta belleza altiva
con una lengua ahora viperina.
Bajando las callejuelas del casco antiguo,
de vuelta y pensativa,
decía la todavía ardiente pasión cautiva
que girara y por él regresara.
Sin embargo pudo más de nuevo la razón
y las palabras amigas,
pues aquellos juegos de dulce arrebato
tornaron en quemazón.
La noche mis labios velaron
y el corazón violentado se acostó.
Y aquella noche aprendí
que la pasión no se fuerza,
no se obliga y sí se quiebra
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Curiosea y cuenta: