Había un niño con nombre de dos santos guerreros. La elección de su nombre, Jorge Miguel, parecía la evidencia de lo que iba a ser su vida. Desde antes de nacer los mayores que le rodearían, y afectarían en su desarrollo personal y emocional, se contradecían en múltiples ocasiones. Y su doble nombre fue el primer exponente de la falta de armonía que en su torno se iba a dar.
Desde muy pequeño podía expresar en un papel cualquier escena o acción con su trazo adquirido gracias a su afición por los comics, plasmando la sensación del movimiento sobre la hoja. Pero su mayor pasión era la de los “bichos”, desde los más pequeños (a los seis años con unas hormigas montó a escondidas el correspondiente hormiguero con plásticos y cartones para sorpresa de sus padres) hasta los de gran tamaño.
La mayor parte de su pequeña biblioteca se componía de tomos que trataban sobre aquellos saurios prehistóricos, así como reptiles, camaleones o ranas y semejantes, en gran parte regalos de sus hermanas ante su curiosidad y sapiencia hacia esos seres desde tan temprana edad.
Así aumentó su fascinación por los saurios vivos o ya extinguidos. Dibujando en un principio aquellas criaturas en paisajes ficticios sobre el papel hasta crear auténticos ecosistemas en miniatura para alojar a sus apreciados bichos que adquiría con sus pequeños ahorros.
Los adultos que convivían y rodeaban a Jorge Miguel no entendieron la envergadura de su entusiasmo hasta que con el tiempo demostró su capacidad para mantener en vivarios todo tipo de exóticos seres vivos de la flora y de la fauna de nuestro tiempo.
Sin embargo a Jorge Miguel lo que más le cautivaba era cualquier cosa que se relacionara con los míticos saurios. Resultaba curioso que él, de primer nombre el de Jorge, adorara aquellos seres.
Aunque de carácter peleón y con genio para con los suyos (los padres pensaban que Jorge y Miguel había sido una combinación explosiva por la relación de ambos nombres con la lucha y hasta podía haberle ejercido cierta influencia, aunque solo se tratara de una casualidad y el influjo estuviera más cercano a su vida de un pequeño rodeado de un mundo con demasiados adultos) a nadie se le pasaba por la cabeza que Jorge (Miguel) pudiera llegar a ser un aguerrido caballero que, en cualquier circunstancia, atacara a alguna de aquellas criaturas.
Jorge creció y nunca llegó a cruzarse con un dragón ni tuvo que rescatar a ninguna princesa (aunque tenga su princesa). Sin embargo sueña con poder estar frente a frente con un dragón, aunque sea un dragón de komodo. Le imagino mirando a ese gran lagarto para el que aún no ha podido construir un vivario con el ecosistema que pudiera hacer su vida semejante al de su entorno real (aunque sabe lo surrealista e injusto que sería encerrar a tal especie).
Le imagino emocionado, pero no imagino a Jorge matando a un dragón. Solo entregando una rosa a su princesa.